DIARIO DEL JOVEN Y EL SOLITARIO.
GUSTAVO NAVARRO NIETO, EMPRESARIO, MILITAR Y AJEDRECISTA. TEXTO NUMERO 20.
Ricardo Moyano, agosto 2021.
La serie del diario va llegando a su fin. En este antepenúltimo texto el solitario vuelve a su lado más historiador y erudito.
Esta vez el solitario no quería sentarse.
Apoyado en su sempiterno bastón, me invitó a charlar mientras recorríamos el
largo paseo de la playa de Las Canteras. No íbamos desde la Isleta al Refugio,
como cantaba la canción, pero sí desde el Auditorio a la Puntilla. Y el Solitario
se acordó del gran Alfredo Kraus que dio nombre al templo de la música. Fue la “conversa”,
ese día, de antañas figuras ilustres, y un poco del cine, otra de las pasiones del
solitario. Así arrancó la historia que nos llevaría, antes de parar para “el enyesque”,
a la recia figura del militar Gustavo Navarro Nieto.
-De niño leí mucho a Azorín- dijo el solitario-, que
me enseñó la brevedad y el uso del punto y coma. Azorín fue también hombre de
cine, un arte despreciado entonces por casi todos los literatos, y mire usted donde ha
llegado el género; Azorín tenía razón. Y yo también, que siempre fui cinéfilo. Mis primeros recuerdos son de con apenas cinco o seis años, y aun
acudo cuando puedo a perderme en el interior de la caja de los sueños que es la pantalla grande. Entonces me apoyaba en un taburete para críos, y
hoy en este querido báculo. Recuerdo una película que vi entonces, “Forajidos de leyenda”. En
el cine, siempre se han dado mejor las vidas de malvados que las de benefactores, la verdad. Son de más acción y dan más morbo. Pero ha estado estudiando estos días por
diversas bibliotecas de la isla la vida de alguien que de malvado no tenía nada, un bienhechor de leyenda, que fue
precisamente quien grabara, en estas misma playa, hace un siglo, la primera
película que se rodó en la isla. No piense usted en Hollywood, joven, era sólo una modesta película familiar. Lo cierto es que apenas conocemos quienes fueron aquellos
que dieron nombre a nuestras calles, a las plazas. Ni sus hechos. A lo mejor algún día darán
su nombre a una, muchacho. quien sabe.
-Como no sea al callejón del
gato… No creo en ese tipo de gloria, ni en ninguna. Y usted lo sabe, solitario.
-Ni yo tampoco, y también lo sabe usted. Morimos con lo puesto, si
es que nos queda algo para entonces, cuando ya, si no hemos hecho el tránsito antes, nos estamos cayendo a trozos, como dijo Joe Rahal, un buen amigo mío que ya nos dejó. Y si por un casual dejáramos huella, desde el otro lado no importará
ya mucho, ni poco. Pero a quienes debe importar no es a los que se van, sino a los que aún estamos de la
banda de acá.
-No corra usted tanto, solitario.
-¿Te refieres a la plática?
-No, a nuestros pasos. Con bastón y todo camina más deprisa que yo. La
playa es larga.
El solitario aflojó el ritmo.
-Ay esa vida sedentaria, chico... Bueno, de todos modos iré al grano. Pues fuera que el otro día me topé con la plazoleta
de Gustavo Julio Navarro Nieto, que es a quien me refería antes, un prohombre, artífice de la doble provincia y
de que Las Palmas comparta la capitalidad de Canarias con Tenerife. Pero también hizo más cosas, fundó el Real club Náutico y el
periódico La Provincia, que llamó así precisamente por eso.
-¿Por eso?
-Está usted espeso hoy, joven. Por
eso- reiteró el solitario algo
gruñón-, porque creía que Las Palmas debía ser provincia, una provincia
diferente a Tenerife. Fundó el periódico en 1911 con esa intención, aunque la doble provincia demoraría
hasta 1927, eso sí. Era un visionario. De hecho, ¿Sabe cómo se llamó su primera
publicación, antes aún que el periódico?
-Pues no.
-Pues se llamó Canarias
turista, nada menos. Era 1910 y en esta atrasada isla, turistas había pocos. Pero él creó una revista
ilustrada que hablaba de la importancia del turismo y también de la necesidad
de crear trenes insulares, uno que uniera el puerto y la Vegueta, y otro que circunvalara
la isla. Vaya, las cosas de las que hablamos un siglo después largo, la
metroguagua y el tren al sur turístico, y que aún no llegan. Tenía fotos muy entrañables
ese semanario, pueden verse las casas
emblemáticas de entonces, de los barrios, de la cueva pintada de Gáldar,
incluso.
-Cuénteme también lo del Náutico
-Eso fue poco después.
Era socio del Gabinete literario, e hizo una suscripción entre los socios para
crear un club marítimo. Y es que aquí vivíamos de espaldas al mar, como aún sucede, en buena parte, con toda la avenida marítima llena de coches y camiones sin una mala terraza en que sentarte. El Náutico se ubicó primero en un precioso palacete en
el muelle de Santa Catalina, y luego ya en Alcaravaneras, y ahí sigue, como el periódico. Lo curioso fue como Gustavo Navarro llegó a la isla, por casualidad.
-Era periodista…
-Qué va. El gacetillero era su
padre. Él era militar. Un joven teniente de intendencia de origen abulense. Iba
en expedición a Cuba desde Cádiz, y al hacer escala en el puerto se enteró, era
1898, que habíamos perdido la guerra. Tenía sus veinte años, y decidió no dar la media vuelta, sino quedarse
en Las Palmas, le gustaba el mar y el ambientillo de la isla, que le recordaba esa Cuba que había soñado y a la que no llegó a ir. Un militar
emprendedor, ya ve, que se metió en negocios y en el desarrollo de la isla. También un romántico, como todo idealista. Se
movía por los salones galantes de la burguesía, donde las señoritas de la alta
sociedad buscaban pretendientes. Y se casó con una de ellas. Ya se quedaría
aquí hasta 1923. Luego ascendió y tuvo que marchar a Melilla; ya que no había
podido hacer la guerra de Cuba, haría la de Marruecos, la reconquista del
territorio perdido en Annual. Allí curiosamente vivía por entonces mi padre,
que era un niño. Pero además Gustavo Navarro fue un gran ajedrecista.
-Vaya, vaya, como usted. Al final hay muchas concomitancias.
-Ninguna, yo soy ajedrecista, pero no
grande, ni mi biografía se puede comparar a la suya, salvo que midamos a un pigmeo con un gigante. Años
después fue diputado en Las Palmas, cuando la dictadura de Primo de Rivera, y
fue cuando logró la división provincial.
-Una vida novelera e interesante.
-Ya era un canario más, pero un
nuevo ascenso le llevó a Madrid. Más tarde, con la República, Azaña decretó la
reducción de efectivos militares, y pidió el retiro. No le sentó demasiado
bien, precisamente, lo que estaba pasando. Era muy conservador. Así que cuando
se inició la guerra civil, pidió el reingreso, y se unió con entusiasmo a la
causa de Franco. Estuvo en el frente. También su hijo Julio, que era también
uno de los mejores ajedrecistas de Las Palmas, pero es más conocido como
nadador, por haber fundado junto a otros jóvenes el C. Natación Metropole.
-Vaya, el padre el Náutico y el
hijo el Metropole, los dos clubes privados más importantes.
-Así es. Pero el entusiasmo de la
guerra civil tendría consecuencias trágicas, ya que Julio se incorporó a la
legión, y murió en el frente en abril de 1938.
-Sería terrible para su padre.
-No, porque había fallecido dos
meses antes, en Valladolid. Sólo tenía 61 años. Aunque Julito era mucho más
joven, claro. El mismo año murieron los dos.
-Muy curioso todo, hay que ver lo
que da de sí la casualidad de toparse con el nombre de una calle.
-O de una plazuela. En la vida, a las cosas hay que sacarles punta, no dejar pasar las oportunidades. Pero hablando de puntas, estamos llegando a la Puntilla. Creo que ahora sí me estoy cansando, y le voy a aceptar un té.
-Se asfixia usted por que lleva
la mascarilla puesta. Ahora no es obligada en la calle. Ya ve que yo no la uso.
-Usted es joven e imprudente. Imagino
que tampoco va a pedir un té, sino algo más fuerte.
-Adivina. Mejor comemos algo, y
lo acompaño de una cervecita fría. De esas que toma usted en los bares del rock
y con sus amigas varias.
-No sé. Me estoy quitando, como
dicen.
-¿De las mujeres?
-No, de la música y del alcohol.
De las mujeres, nunca.
-Y de lo demás, lo dudo.
-Dudar es humano, y recaer
también.
-¿Qué se hizo de Elizabeth por
cierto?
-Nos seguimos viendo. Vamos
despacio, como nosotros ahora. Ya la verá usted cuando venga a la fiesta que daré en mi casa. Será
dentro de dos semanas. Esta usted invitado, y puede venir también acompañado.
Y acepté. No se le puede decir
que no nunca al Solitario. Pero ese día, como ya veremos en su momento, el estuvo bien acompañado y fui yo
el verdadero solitario.