DIARIO DEL SOLITARIO (2). FRAN DE PALMA. PIANISTA.
Una de las ventajas de las ediciones impresas de los periódicos, además de la de acompañar con más gracia al café, es que pueden leerse del revés. Yo suelo hacerlo así. Delante suele haber desgracias o política. En el final, al menos dan resultados de fútbol, premios de lotería, y hay vida. El otro día Canarias 7 se ocupaba con acierto de un pianista de la calle, Fran de Palma, que en los setenta y después tocó jazz y rock con los mejores, en Montreux con Sonny Fortune, en América con Santana... Hoy sobrevive llevando música en un punto siempre incierto entre Triana y los Arenales.
Una de las ventajas de las ediciones impresas de los periódicos, además de la de acompañar con más gracia al café, es que pueden leerse del revés. Yo suelo hacerlo así. Delante suele haber desgracias o política. En el final, al menos dan resultados de fútbol, premios de lotería, y hay vida. El otro día Canarias 7 se ocupaba con acierto de un pianista de la calle, Fran de Palma, que en los setenta y después tocó jazz y rock con los mejores, en Montreux con Sonny Fortune, en América con Santana... Hoy sobrevive llevando música en un punto siempre incierto entre Triana y los Arenales.
Yo
le conocí en el extinto Charleston, bar nocturno donde su piano era la piedra
filosofal. El pub, decorado con carteles de la época dorada de Hollywood, tenía
más nombre que clientes, y alguna vez, como en Casablanca, Fran era el Sam que
tocaba sólo para mí. Pero incluso podía hacerlo para sí mismo, porque a De
Palma le gusta tocar -es lo que sabe hacer-. No cualquier cosa, ni a cualquier
precio: "Gánate la vida con la salsa
y la rumba, Fran", le sugería yo. "No, no, eso nunca". Y el venezolano se arrancaba con un
joropo, o un bolero, o un vals peruano en jazz... "Sabes -me decía-, lo único
malo de los responsables de esta sala es que la única música que realmente les
gusta que suene es la de la caja registradora". Tampoco ellos podían
hacer más: no entraba nadie. A veces sólo estaba para aplaudir la novia del
cantante.
El
Charleston tenía un gato cordial, siempre atento. Fran, también él joven gato
nocturno de indefinida edad, parece escapado de una página de Cortázar, como el
Johnny de "El perseguidor".
Hoy, cerrado el club, Fran no tiene quien le escriba... Solitario y solidario,
siempre dispuesto a la charla, a recrear el ayer e inventar el mañana, Fran ha
sido también gurú, actor, dibujante. Te lo encuentras, aún sobreviviendo en los
bares del arenal, buscando un bolo donde llevar su piano. Toca donde le dejan,
y por lo que le dejan.
La
ciudad madrastra cobija y maltrata a los descarriados hijos de la noche,
ocupada en ídolos de barro. Igual que hay farmacias, y abogados, y médicos, yo
pondría en las calles poetas de guardia, y pianistas y cantores en turno de
oficio. Y a ver qué pasa. La música en directo agoniza y muere mientras todos
hacemos el Tancredo. Pero si Fran se va con la música a otra parte, no es él
quien perderá. Seremos todos y cada uno de nosotros quienes partamos al exilio,
dejando atrás la ciudad soñada.
Ricardo
Moyano, 2015