Diario del
joven y el solitario. 12. Física cuántica.
Ricardo Moyano. Julio 2019
El paseo nos llevó esta vez hasta la umbría del
parque Doramas. Era una tarde soleada y la muchachada jugaba a escondite y a
pillarse entre los árboles. El solitario cogió resuello en el banco. Su mente
parecía lejana, pero puso una mano encima de la mía, y la apretó.
-Esos niños que juegan… Los juegos son metáfora
de la vida, joven. O de la filosofía, del ser y la nada. Estamos y no estamos,
estamos pero desapareceremos. Eso sucede con las personas, los animales y las
cosas. Jesús el Cristo estuvo, se fue, reapareció al tercer día, y se volvió a
marchar para no regresar; hasta hoy, al menos.
-Las cosas duran más que el propio Dios,
solitario. Mire las catedrales, la piedra eterna.
-No se equivoque, también las cosas desaparecen.
Y hoy venía pensando en eso. ¿Cree usted en el mundo del espíritu, en la magia?
-Depende de los días.
-La mecánica cuántica nos enseña que a nivel
subatómico, las cosas pueden estar en varias partes, o estar, desaparecer, y
reaparecer. Es una explicación científica a lo que otros fundamentan en la
parapsicología, o en el espiritismo, o en la religión. Fíjese, estaba
escribiendo un artículo racionalista donde negaba la existencia de esos mundos,
cuando me sucedió uno de esos fenómenos extraños.
-¿Una psicofonía, un poltergeist?
-No. Eso que llaman un "jott", un
"Just One of Those Things". Le daré detalles. Después de depositar
los folios del artículo sobre mi escritorio, me sentí cansado, y dejé mis gafas
de lectura sobre ellos. Me fui a la nevera a por una cola bien fría y me la
bebí allí mismo, que es como más sabe. Cuando regresé, las gafas ya no estaban.
Ni sobre el papel ni en ninguna otra parte. Creí que las había dejado al
descuido en otro lado, que mi cabeza despistada me jugaba una de tantas malas
pasadas. Pero no aparecieron. Al cabo de una hora de búsqueda infructuosa, me
resigné, tomé los folios en la mano y los estuve releyendo sin las lentes, a
pesar de que sin ellas veo borroso. Luego me fui a dormir. Enseguida me quedé
traspuesto. Dormir solo tiene la ventaja de que si mueres de noche no le darás
el susto a nadie, salvo a la señora dominicana que viene a limpiar la casa cada
tercer día, claro. Pero me desperté como
una rosa, con la luz de la mañana. Al regresar al escritorio, las gafas
aparecieron en la misma posición en que
las dejé, sobre los papeles. Me quedé en suspenso. Era imposible que no las
hubiera visto, ya que como le digo incluso había tomado los folios para
releerlos, y de haber estado allí se hubieran caído.
-Tengo otra explicación, solitario. Es usted
sonámbulo, se levantó a medianoche, las encontró en otra parte y las depositó
en el escritorio. Un modo de conciliar el mundo de los sueños y el de la
realidad, de modo más simple que el suyo.
-Qué manía tenemos de reducirlo todo a la razón.
Nunca he sido sonámbulo.
-Alguna vez se empieza.
-Yo pienso en otras hipótesis. Algunos físicos
cuánticos dicen también que hay una falla espacio-temporal por donde los
objetos viajan y retornan. Un mundo o muchos mundos paralelos. Como esos
aviones que se perdieron en las nubes y aterrizan años después sin ningún
viajero ya dentro.
Nos quedamos en silencio. De pronto, también los
niños habían dejado de jugar, se habían evaporado, y reinaba un extraño vacío
en el parque, sólo roto por el rumor del viento entre las ramas y el trino de
los pájaros. Pero al poco los niños y el bullicio volvieron.
-O también- siguió el solitario-, si le aburre la
física, existe el mundo de los gnomos. Hombrecillos verdes y traviesos. Yo
mismo cuando era niño me inventé uno, que se colaba dentro de las lámparas y de
las radios de válvulas y luego volaba dejando un rastro de estrellas. Dejé de
creer en ellos, pero quizá han vuelto, para advertirme de algo. Quien sabe lo
que mis gafas vieron en su viaje cósmico.
Alguna madre llamaba desde lejos, desde los veladores, y
todo sonaba repetitivo y antiguo.
-¿Y qué querría advertirle, solitario?
-No se. Algo que va a pasar, o que ha pasado ya. O quizá que no fuera tan escéptico,
simplemente. Que me asomara al quicio de la puerta para ver las dimensiones oblicuas
de las cosas. Por si acaso rompí el artículo en mil pedazos. Debo seguir
estudiando, echarle más imaginación. Ahora tengo la página en blanco. Nos creemos mucho, y no somos nada. Porque la
única verdad es que no sabemos, que la verdad, si existe, la desconocemos.
-Pero eso precisamente es ser un escéptico.
-No, esa es la paradoja. El escéptico no busca. El científico y el artista bucean en un reino de incertidumbres.
El solitario y yo caminamos hacia el lago, y en
el espejo del agua por donde pasaban las nubes se reflejaban nuestros cuerpos
levemente agitados por las ondas.
-¿Usted no ha vivido nunca fenómenos así, joven?
-Sí, una vez escuché voces extrañas a mi espalda.
Era de noche. Cuando me volví...
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