jueves, 14 de abril de 2016

Diario del Solitario 4 Recuerdos de un amigo

Diario del solitario 4.- (A la memoria de Miguel Navarro Espino).

             Me encontré con el solitario para compartir un café en un velador de la Alameda. Llevábamos tiempo sin vernos. El provocó la cita. Hacía frío y estufas de gas calentaban el ambiente lanzando llamaradas al cielo. El solitario se protegía la garganta con una bufanda gris como la tarde, y no estaba de buen ánimo. Llego hasta nosotros una peonza giratoria, y el solitario dijo:

                -Detrás de una peonza, como sabe cualquier tertuliano, viene siempre un niño, al igual que sabe el conductor que un infante llega detrás de una pelota, y que en el extremo del hilo de una cometa está fatalmente la niña rubia de tus sueños de infancia.

                Y así fue, un chaval de pelo negro y rizado llegó hasta nosotros, tomó el trompo ya recostado en los botines del solitario, y se marchó a la carrera con un educado "Disculpen".

                -Es un anacronismo- dijo el solitario-.

                -¿El qué? ¿Que un niño de hoy día sea correcto?-dije.

                -Eso también, pero sobre todo la peonza, en tiempo de móviles y videojuegos- suspiró, cruzando las manos-. Le sacaré punta a la frase. Mire, amigo, todo ser humano sobre la tierra es un compromiso entre el pasado y el futuro: lo que vivió, lo que ha de vivir. El niño nos vence por ese lado, porque es siempre vorágine de porvenir, y no carne de nostalgias, como nosotros. Que un niño venga a nosotros con un símbolo del ayer, es anacrónico, una falla del tiempo.

                -Triste le veo hoy, señor Solitario.

                -Se me ha muerto Miguel, en Madrid. Mi buen amigo de juventud.

                El solitario hizo una pausa larga para saborear el café.

                - Es cruel que sólo recordemos las cosas de los vivos cuando han muerto, cuando se acaban de morir. Deberíamos descolgar el teléfono antes, mucho antes, no cuando ya no hay nadie al otro lado.
                -¿Y de qué se acuerda, Solitario?

          -Pues sobre todo de los primeros, tiempos, de las inmundas pensiones "laguneras" de estudiante, cuando nos levantábamos en la noche a robar plátanos de la despensa de la patrona. Pasábamos más hambre que el Lazarillo de Tormes. Pero también de cuando, despuntando el alba, nos íbamos a desayunar churros a la avenida de la Trinidad, y arreglábamos el mundo. O más bien lo arreglaba él, que era el marxista y creía por entonces en la revolución y el hombre nuevo.  Miguel era impetuoso y apasionado, como su padre, el gran ajedrecista de los tiempos pioneros de la República. Yo le replicaba  con el existencialismo francés y alemán y la angustia vital y el destino individual y difícil de la mujer y el hombre... Y un poco por broma, me regaló un libro plúmbeo y esencial de Heidegger, que nunca he leído, todavía, "Ser y Tiempo". La dedicatoria pone: "Para un perfecto rollista dialéctico". Y ahora se ha muerto, sin haber cumplido siquiera los sesenta. Sigo pensando que el hombre y la mujer están más cerca de la pasión inútil de Sartre que del arco iris de un mundo en que no existan ricos ni pobres. El Solitario queda callado, y musita los versos de la elegía de Miguel Hernández:
                "A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero."

                De pronto el Solitario, como cambiando el tercio, me sonríe, y llama con un gesto de mano al camarero. Ha pedido dos copas de vino del mejor.

                -¿Sabe qué le digo? Que vamos a dejarnos de monsergas, y vamos a brindar por Miguel, por nosotros, y por el futuro.

                Y es que el niño de la peonza ha vuelto a acercarse a nosotros, y quiere vendernos unos boletos de rifa. Le hemos comprado varios, y se aleja contento, con su niki de rayas marineras.

                -Solitario- digo- me gustaría que me hablara de aquella niña rubia del cometa. La imagino con ojos azules muy despiertos y  bucles blondos dorados por el sol.


                -Y no se equivoca, amigo, y no se equivoca. Pero eso otro día. El Halley, como las niñas guapas, vienen muy de tarde en tarde, y hoy estamos de duelo. 

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