Diario del solitario 4.- (A la memoria de Miguel Navarro Espino).
Me
encontré con el solitario para compartir un café en un velador de la Alameda. Llevábamos
tiempo sin vernos. El provocó la cita. Hacía frío y estufas de gas calentaban
el ambiente lanzando llamaradas al cielo. El solitario se protegía la garganta
con una bufanda gris como la tarde, y no estaba de buen ánimo. Llego hasta
nosotros una peonza giratoria, y el solitario dijo:
-Detrás
de una peonza, como sabe cualquier tertuliano, viene siempre un niño, al igual
que sabe el conductor que un infante llega detrás de una pelota, y que en el
extremo del hilo de una cometa está fatalmente la niña rubia de tus sueños de
infancia.
Y
así fue, un chaval de pelo negro y rizado llegó hasta nosotros, tomó el trompo
ya recostado en los botines del solitario, y se marchó a la carrera con un
educado "Disculpen".
-Es
un anacronismo- dijo el solitario-.
-¿El
qué? ¿Que un niño de hoy día sea correcto?-dije.
-Eso
también, pero sobre todo la peonza, en tiempo de móviles y videojuegos-
suspiró, cruzando las manos-. Le sacaré punta a la frase. Mire, amigo, todo ser
humano sobre la tierra es un compromiso entre el pasado y el futuro: lo que
vivió, lo que ha de vivir. El niño nos vence por ese lado, porque es siempre
vorágine de porvenir, y no carne de nostalgias, como nosotros. Que un niño
venga a nosotros con un símbolo del ayer, es anacrónico, una falla del tiempo.
-Triste
le veo hoy, señor Solitario.
-Se
me ha muerto Miguel, en Madrid. Mi buen amigo de juventud.
El
solitario hizo una pausa larga para saborear el café.
-
Es cruel que sólo recordemos las cosas de los vivos cuando han muerto, cuando
se acaban de morir. Deberíamos descolgar el teléfono antes, mucho antes, no
cuando ya no hay nadie al otro lado.
-¿Y
de qué se acuerda, Solitario?
-Pues
sobre todo de los primeros, tiempos, de las inmundas pensiones "laguneras"
de estudiante, cuando nos levantábamos en la noche a robar plátanos de la
despensa de la patrona. Pasábamos más hambre que el Lazarillo de Tormes. Pero
también de cuando, despuntando el alba, nos íbamos a desayunar churros a la
avenida de la Trinidad, y arreglábamos el mundo. O más bien lo arreglaba él,
que era el marxista y creía por entonces en la revolución y el hombre nuevo. Miguel era impetuoso y apasionado, como su
padre, el gran ajedrecista de los tiempos pioneros de la República. Yo le
replicaba con el existencialismo francés
y alemán y la angustia vital y el destino individual y difícil de la mujer y el
hombre... Y un poco por broma, me regaló un libro plúmbeo y esencial de
Heidegger, que nunca he leído, todavía, "Ser y Tiempo". La
dedicatoria pone: "Para un perfecto rollista dialéctico". Y ahora se
ha muerto, sin haber cumplido siquiera los sesenta. Sigo pensando que el hombre
y la mujer están más cerca de la pasión inútil de Sartre que del arco iris de
un mundo en que no existan ricos ni pobres. El Solitario queda callado, y
musita los versos de la elegía de Miguel Hernández:
"A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero."
De
pronto el Solitario, como cambiando el tercio, me sonríe, y llama con un gesto
de mano al camarero. Ha pedido dos copas de vino del mejor.
-¿Sabe
qué le digo? Que vamos a dejarnos de monsergas, y vamos a brindar por Miguel,
por nosotros, y por el futuro.
Y
es que el niño de la peonza ha vuelto a acercarse a nosotros, y quiere
vendernos unos boletos de rifa. Le hemos comprado varios, y se aleja contento,
con su niki de rayas marineras.
-Solitario-
digo- me gustaría que me hablara de aquella niña rubia del cometa. La imagino con
ojos azules muy despiertos y bucles
blondos dorados por el sol.
-Y
no se equivoca, amigo, y no se equivoca. Pero eso otro día. El Halley, como las
niñas guapas, vienen muy de tarde en tarde, y hoy estamos de duelo.
Precioso. Muy bien escrito. Va por Miguel q.e.p.d
ResponderEliminarY va por nosotros Jorge
EliminarY va por nosotros Jorge
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