Diario del Solitario.- 7. Biblioteca en llamas.-
Ricardo Moyano. febrero 2018
Nota: Habíamos dejado al solitario en una conferencia hace ya muchos meses.... Ya me preguntaba qué habría sido de él. Pero le encontré en perfecto estado de salud y de ánimo. Los años no pasan por él, aunque sí, me temo, por nosotros.
Al fin vi al solitario en la playa, el otro día, tomando un fino. No pareció sorprenderse tanto como yo.
-¡Vaya, ya llevaba tiempo sin encontrarme con usted!-le dije.
Llevó una mano a su panamá, y sonrió.
-Pues es curioso, porque también yo llevaba el mismo tiempo sin saber de usted. Quizá incluso más.
-Siempre tan guasón, usted.
-No es broma. El tiempo se estira y contrae; a veces echamos más de menos a alguien que ese alguien a nosotros, nos parece que llevamos una eternidad sin ver a la chica de nuestros sueños, y a ella le parecemos un pelmazo.
-¿No se habrá vuelto usted a prendar?- recordé que el Solitario era muy enamoradizo.
Me miró sin responder, con cierta dureza.
-Ande, siéntese, joven, la tarde es suave y le veo agitado, quizá pueda perder un rato de ese tiempo suyo con un viejo. Además, quiero enseñarle algo.
Tomé un café negro. El solitario abrió su "moleskine" negro por una marca..
-¿Está volviendo a escribir?
-Yo siempre escribo. Es como el aire que respiro. Hay que lidiar con la zarpa de la vida, y es una buena manera de hacerlo. Aunque igual hiere... Léalo -dijo, acercándome el cuaderno. Rehusé.
-Por favor, hágalo usted, me gusta su entonación. Y a fin de cuentas, es usted su padre.
-Y su madre y su abuela...- se encogió de hombros- De acuerdo. Pero entonces no me interrumpa. Me ha sugerido el tema esta biblioteca de la playa que tenemos detrás. ¿Ha pasado alguna vez por ella? Se lo aconsejo. El texto se titula "Biblioteca en llamas". No es muy original.
"La biblioteca, instalada en apenas una habitación en los bajos de un edificio ruinoso, surtía de libros usados a todo el populoso barrio. Los más demandados eran los que trataban de amor y de sexo, porque el dinero, que es el otro motor de la vida, no puede contarse en los libros, aunque sí sus privaciones o sus excesos. La biblioteca no tenía otro personal que doña Manolita, así que cuando ella enfermó el local había permanecido cerrado por espacio de ya varios días. Aquella mañana sorprendió a los vecinos encontrar quebradas las cerraduras de la puerta y también una de las ventanas traseras, como si los ladrones hubieran intentado entrar primero por detrás o quizá hubieran salido por ahí al abrigo de la noche. Pero lo chocante es que la policía encontró intacta la magra recaudación de la caja donde doña Manolita guardaba el cobro de los préstamos de libros, y tampoco se echó a faltar libro ni documento alguno; ni siquiera la prensa diaria, algo amarilleada ya por la enfermedad de la empleada. No hay nada más triste que la prensa desfasada, anuncia desgracias de las que ya conocemos la cifra exacta de muertos, o un partido vital de la Unión Deportiva cuando ya sabemos que perdió en casa... Además, tampoco el robo tenía sentido: esa biblioteca de barrio no guardaba incunables, ni siquiera ejemplares en piel. Mayormente manoseados volúmenes en rústica. Finalmente, dado que en una de las mesas de lectura permanecía encendida una lámpara, y que estaba abierto sobre ella el "Estudio en escarlata" de Sherlock Holmes, el comisario llegó a la conclusión de que los furtivos habían entrado en la biblioteca solamente para leer".
-Elemental, querido Watson.
-Le dije que no me interrumpiera, joven- se malhumoró el solitario.
-Disculpe.
-Disculpado.Prosigo, y concluyo.
"Pero en el atestado, el señor comisario hace constar igualmente que esa explicación era provisional, a falta de otra mejor y más convincente. Pues es difícil imaginar, añade el inspector, que hoy en día alguien se tome tantas molestias solamente para saciar el vicio de leer. Así reza literalmente el informe, "el vicio de leer". He de decirle sin embargo que estoy de acuerdo con el funcionario. Suponer otra cosa sería mantener una visión demasiado optimista sobre la condición humana. De hecho, los acontecimientos parecieron dar la razón, ya que doña Manolita apareció muerta al día siguiente en el interior de su bañera. Fin".
-¿Fin? ¿Y ya está?
-Exacto.
-Pero ¿de qué murió Manolita?
-Doña Manolita.
-Vale. ¿Y qué tiene que ver la muerte de doña Manolita con el robo en la biblioteca?
-Doña Manolita.
-Vale. ¿Y qué tiene que ver la muerte de doña Manolita con el robo en la biblioteca?
-Ya le he dicho que no hubo ningún robo. Y sobre la relación entre ambos acontecimientos, aún medito, como supongo que lo hace también a estas horas el esforzado comisario, y debería hacerlo usted, joven. La vida no empieza ni termina en un texto de un cuaderno de notas. En todo caso, si hay alguna novedad le tendré al corriente.
-De acuerdo. Pero sólo dígame una cosa más. ¿Por qué titula "Biblioteca en llamas"? No se ha incendiado nada.
-Todavía no. O tómelo como un homenaje a Rulfo o un título provisional, como las conclusiones policiales. Qué sabemos...
-Cierto...Qué sabemos de nada ni de nadie.
El solitario cabeceó, complacido creo en mi respuesta, y volvió a saludarme con un toque de su elegante panamá.
Avanzaba la tarde, y consulté el reloj. Tenía que marcharme. Y allí dejé, pensativo, o quizá solamente irónico, al solitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario