Diario del joven y el solitario. 10. Chica de Formentera.
Tardé unos meses en volver a ver
al solitario, desde que me entregó el emocionante texto sobre su perrita Lía.
Precisamente volvimos a entrar en contacto cuando me pidió que le alcanzara a
las cumbres a su pequeña tumba; quería recordarla en silencio. Me explicó que no disponía de
coche ni conducía apenas ya, y que recurría a mí en último término, porque sabía que estaba muy ocupado.
-Se que ya los jueces no se van a jugar al tenis a la una, como hacían algunos en mi época. Vaya escándalo. Entonces nos salían los problemas de la gente por las orejas, pero ahora parece que lo que les salen son los papeles. Es una pena. Antes poníamos cara al justiciable.
-Pues no se antes, pero ahora poner una sentencia es como echar una piedra al mar. No sabemos lo que pasa después, si ha sido un brindis al sol o ha valido para algo. Pero usted, solitario, puede llamarme siempre que yo le sea útil. Por las tardes, al menos, siempre tengo un rato. Y para usted, más.
Llegamos a los almendros, y yo me retiré con discreción. Vi como juntaba las manos sobre su frente, junto a la pequeña tumba. Al rato le vi venir, animoso. Sonreía. Parecía estar en paz consigo mismo, o con su querido animal, y me palmeó la espalda.
-Se que ya los jueces no se van a jugar al tenis a la una, como hacían algunos en mi época. Vaya escándalo. Entonces nos salían los problemas de la gente por las orejas, pero ahora parece que lo que les salen son los papeles. Es una pena. Antes poníamos cara al justiciable.
-Pues no se antes, pero ahora poner una sentencia es como echar una piedra al mar. No sabemos lo que pasa después, si ha sido un brindis al sol o ha valido para algo. Pero usted, solitario, puede llamarme siempre que yo le sea útil. Por las tardes, al menos, siempre tengo un rato. Y para usted, más.
Llegamos a los almendros, y yo me retiré con discreción. Vi como juntaba las manos sobre su frente, junto a la pequeña tumba. Al rato le vi venir, animoso. Sonreía. Parecía estar en paz consigo mismo, o con su querido animal, y me palmeó la espalda.
-Podemos irnos, joven.
Llevaba el solitario una gruesa
carpeta que llamaba mi atención. Debió darse cuenta, y cuando ya llegábamos de vuelta a la ciudad, me invitó a tomar algo. Pero
antes, después de aparcar, dimos un paseo largo por la ciudad vieja, por la Vegueta. Algunos
turistas curioseaban y se fotografiaban
en la huella colombina de la ciudad. Hicimos un alto en la casa Regental, donde
vivía el presidente de los jueces, y siglos atrás el regente.
-Una casa con misterio. Dice la
leyenda que existen grutas y pasadizos secretos que conducen al mar. Por los
que el regente se cubría la huida en caso de asalto. Eran tiempos duros.
-Sólo leyenda, usted lo ha dicho.
-Nunca se sabe. Una ciudad se
alza siempre sobre las ruinas de su pasado. Se excava un poco y aparecen
momias, petroglifos, pinturas rupestres.
-¿Es eso lo que lleva en la carpeta?
-No, algo mucho más mundano. Son
revistas viejas de cuando yo era joven. De las islas pitiusas.
-¡Ibiza!
-No, Formentera. A fines de los
setenta cubrí un juzgado temporal, en la isla perdida. Ya ve, recién salido de
oposiciones, con los ojos miopes y la cara aún de acelga, y me soltaron en el
paraíso perdido de los hippis. Y ahora me dio por recordar aquellos tiempos,
aquellos paisajes. Muchos gringos llegaron allí huyendo de la guerra de Vietnam.
-No me dirá que se liaba porros y
vendía baratijas en los mercadillos. Creo que aún quedan algunos de aquellos trotamundos
por aquellas playas.
-Sí, como en Goa o antes los
beatniks de Tánger. Sólo los que no quisieron despertar del sueño- torció el gesto-. Pero no, yo nunca
he fumado ni siquiera porros. Tampoco conocí a los King Crimson, que hicieron famosa a la isla en una canción, ya sabe, Formentera lady. Eso había ocurrido
unos años antes, cuando el poeta Peter Sinfield componía letras flower-power para Robert Fripp y ambos paraban por la isla en los veranos. Ya sabe, joven, poemas que
hablaban del agua cristalina en las rocas, de paredes encaladas, del pinar recóndito y las higueras,
de las lagartijas. Y por supuesto de amorosas muchachas semidesnudas y sol, mucho sol y mucha amistad.
-Y mucho sexo.
-El sexo tenía otra dimensión.
Era un acto más de la naturaleza, una fusión con ella. No es lo que parece desde fuera.
-Así que el solitario no fumaba,
pero el joven juez sí tuvo sus romances.
-Digamos que además de algún
escarceo intranscendente, sí tuve mi chica de Formentera, como el título del
tema de King Crimson. Supongo que es más bien su huella lo que yo buscaba en
estas revistas de la biblioteca. Como si los amores perdidos quedaran atrapados
en las litografías de los semanarios que uno rescata de las bibliotecas.
Eché una ojeada.
-Hum, estas chicas en bikini no
estaban nada mal. Podría ser alguna de ellas, su amor.
-Pero no es ninguna. Y si viven,
ahora serán abuelas. Solo las piedras y los lagartos siguen igual. Y el cielo
purísimo, y el agua verdemar, y la cal. Sabe,
joven, ese fue uno de esos momentos de la vida en que me hubiera gustado para
el reloj, convertir la vida en una postal. Ella sí había conocido a Fripp y a Sinfield.
No le daba importancia. Estuvo en algunas de las fiestas de los ingleses,
y no entró en muchos detalles, ni yo se
los pedí. Se ganaba la vida sirviendo copas en un pub, y cantando y tocando la
flauta en un grupo. Yo iba a verla, algunas noches. Vestía largos vestidos floreados. Nos bañábamos en las calas,
en traje de Adán.
-Y de Eva.
-Y de Eva, ella.
-Pero se terminó.
-Sí, con la misma naturalidad con
que había empezado. Se cerró el juzgado temporal, y regresé a península. No
hubo grandes despedidas, ni promesas. Recuerdo su última caricia, en mi
mejilla. Me dijo que se trasladaba a vivir a una cabaña, con el guitarrista del
grupo. Que me cuidara. Y la olvidé. La olvidé muchos años, hasta que volvió de
pronto a mi memoria. Me sucede recurrentemente.
El solitario me mostró la letra de
la canción, que tradujimos con cierta dificultad al alimón:
“El tiempo gris no me atrapará mientras el sol
se oculte,
desátame y libérame mientras las luces brillen.
Formentera lady, baila tu danza para mí,
oscura amante”.
desátame y libérame mientras las luces brillen.
Formentera lady, baila tu danza para mí,
oscura amante”.
-La cantábamos a menudo…-
suspiró.
-¿Nunca ha intentado localizarla,
solitario?
-Pertenece a la isla, a sus collares de conchas, al tiempo
que viví allí, y a la música del Rey Carmesí. Igual que yo, juez joven e
inexperto, le pertenezco, si es que aún me recuerda, que no creo.
-Me extrañaría que ella buscara
revistas viejas, la verdad. Pero a la mejor es de las que se
quedaron. Debería repetir visita a Formentera, solitario.
Se quedó pensativo.
-Sigue sin haber aeropuerto… Tendría
que tomar el ferry. Y como dice Rulfo, nunca regreses al lugar en que fuiste feliz. Aunque... ¡Estaría bueno que Patti siguiera allí!.
-Y si no, habrá otra flautista en
los garitos nocturnos.
El solitario se echó a reír.
-Allí no sé, pero conozco un
sitio cerca de aquí donde la música es magia, joven. Vamos, que le invito. Tenemos
que brindar a la memoria de Lía.
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