domingo, 21 de julio de 2024

Diario del joven y de solitario. De paradores y recuerdos. texto 23


 

DIARIO DEL JOVEN Y EL SOLITARIO.

DE PARADORES Y RECUERDOS. 23.

Ricardo Moyano julio 2024

El solitario me cita lejos esta vez, en el parador de turismo de Tejeda. Ha ido antes con un amigo hasta el pueblo, donde ha comprado miel y almendras y ha probado licor de la cumbre. El amigo le ha dejado ubicado en un cómodo sofá floreado de la cafetería del parador, y apenas se cruza conmigo se despide. Lleva prisa, y dice que nos veremos en la fiesta, que no se a cuál se refiere.

-La que he organizado en mi casa el sábado próximo, joven. Está usted invitado. No puede rechazar, porque es la de mi despedida. 

Alzo las cejas.

-Marcho a Madrid para unas pruebas médicas, y luego estaré un tiempo con mis sobrinos en el norte.

-¿Y no piensa regresar?- me alarmo. Se encoge de hombros.

-Según como vayan las cosas. Si regreso se lo haré saber por carta.

-¿Por carta?

-Por carta. Si vuelvo, ¿qué urgencia hay? Y si no, supongo que ya sabrá por otras fuentes.

-¿Cómo que ya sabré? ¿El qué? Me está asustando, solitario.

-Bueno, que ya sabrá de mí, quiero decir-amaga una media sonrisa indecisa que no me tranquiliza. Pero él me invita simplemente a sentarme, y entonces me fijo en él. Está muy elegante. Lleva puesta una coqueta boina – la verdad es que hace algo de frío- y un chaleco de tela. También luce ajustada corbata de seda de nudo estrecho sobre la camisa negra.

-Parece que espere usted a alguna dama, solitario -digo risueño para aligerar la conversación.

-No es el caso, pero a mi novia, que ya podemos llamarla así, la verá usted en el ágape. Hoy me he vestido para mí, que es lo que básicamente hacemos siempre, intentar vernos bien. Solemos desnudarnos para otros -hace una mueca-, y vestirnos para nosotros mismos.

-También nos desnudamos para nosotros, a veces- le corrijo, jocoso-. Aquí por ejemplo en este parador hay un buen “spa”. Igual podríamos aprovechar.

-¿Está usted loco? Tome usted las aguas, si lo desea. Yo solo me baño en agosto. Y de los balnearios, cuando iba, salía siempre resfriado. Pero puedo esperarle tomando un te y contemplando el paisaje, no tenga apuro.

-No he venido aquí para dejarle solo, solitario. Lo que me extraña es que hayamos quedado tan lejos, la verdad. Anda que no hay bares en la ciudad.

Otra vez se encoge de hombros, sin responder. Hace una seña al camarero. Es media tarde, y el solitario confirma su te, con limón. Yo pido un café con leche. Pide, y traerán, mantecados  de la tierra, también. Probamos las bebidas y las pastas exquisitas, y al fin mi contertulio se arranca.

-Pues si le he hecho venir hasta aquí, y comprometerle a que además podría usted llevarme  de vuelta a casa con usted, es por un antojo de viejo, porque la mente me estaba revolando estos días a cuarenta años atrás, a otro parador, el de El Hierro. ¿Lo conoce usted? No. Pues vale la pena. Ese está en cambio de este a orillas del mar. La maravillosa pluralidad de Canarias, eslóganes turisticos, y tal. Pero no tema, no he venido a hacerle una velada  de puestas de sol, pinadas, y fotografías al Roque Nublo. En realidad es todo lo contrario. Vengo de paisaje humano. Quería preguntarle si ha conocido alguna vez a algún famoso, y hablar de lo mio.

-Le responderé. Pero ¿y eso que tiene con los paradores? Ah, ya entiendo. Conoció usted a alguien ahí.

-Es usted inteligente -ríe-, por eso aprobó la oposición a la primera. Aunque nunca se consigue la excelencia, por eso dudo que se imagine a quien conocí.

-¿Una duquesa, un banquero, un político?- digo con algo de coña.  

-No vayamos tan deprisa. Yo disparé primero y no ha respondido mi pregunta. Cuénteme de alguien importante que usted haya tratado alguna vez. Aunque le llevo cuarenta años, seguro que ya ha tenido ocasión.

-Pues la verdad es que no. Una vez saludé al ministro del ramo, pero no creo que eso pueda considerarse tratarle.

-¿Y artistas?

-Hum… -reflexiono- todos de lejos. Bueno, hice amistad con un poeta que tenía algún premio. Pero no es que fueran muy importantes. Recuerdo uno de los que hablaba con entusiasmo, los juegos florales de Bollullos Par del Condado. No es el Planeta, precisamente.

-Pues no se burle. Bollullos es un pueblo histórico, de bonitas playas, y seguro que sus poemas también lo eran.

-No recuerdo ninguno.

Me mira con decepción.

-¿Recuerda al menos si componía verso libre, su amigo?

-Libre y rimado. Sonetos, incluso.

-Pues eso ya es un nivel alto.

Me incomoda la morosidad del solitario, y le pregunto ya directamente por ese personaje que se le apareció en un parador.

-¡No me tenga en ascuas, solitario!.

-Valeeee. Discúlpeme. Es que siempre queremos saber más de los demás. A nosotros ya nos tenemos muy vistos. Pero es verdad que he venido aquí para hablar de eso, lo admito, y le he hecho subir dos mil metros... En realidad no conocí uno, sino dos, y bien dispares. Uno el viejo profesor, Enrique Tierno Galván, que fuera afamado alcalde de Madrid. Y el otro el cantautor Joaquín Sabina.

Me quedo estupefacto.

-¿Tierno Galván? ¿Y Sabina? ¿En el parador de El Hierro? No me lo creo. Usted ha venido a tomarme el pelo.

El solitario frunce el ceño, está a punto de salirle su vena cascarrabias.

-Yo no vengo a Tejeda a perder el tiempo. Me crea o no, a los dos me los presentó el director del parador, con quien yo jugaba a menudo al ajedrez los años en que fui juez en la isla, como usted ya sabe. A Tierno le trajo un profesor de derecho que me conocia, para una conferencia. Me llamó y quedamos a almorzar. Recuerdo que  Tierno tendía a usar palabras esdrújulas, lo que no es muy frecuente en español, fuera de ejercicios de estilo como la canción Angélica, ya sabe: el compositor argentino cierra todos los cuartetos con esdrújulas, Córdoba, lástima, álamos, relámpago… Una tonada preciosa, por cierto. ¿La conoce?- asiento con la cabeza- Pues  ya que se ha fijado en mi aspecto, Tierno iba siempre de perfecto terno gris, incluso en el tórrido verano. Amaba el cordero en su jugo, que no tenían ese dia en el parador y el anís Machaquito, que es de un pueblo de Córdoba, y tampoco. Se tomó un chinchón. La Córdoba a la que Tierno se referia era la española, no el pueblecito argentino de la canción. 

-Ya imagino... no supongo a Tierno hablando de Argentina.

-Se sorprenderia usted de lo que hablaba, pero ciertamente no fue de eso. Aunque el viejo profesor  me dijo por cierto que los canarios éramos muy conciliadores, y que en península deberían imbuirse un poco de ese espíritu. Pero que el clima influía mucho en los ánimos. Siempre le admiré, a Tierno. Un marxista de los de antes, austero y auténtico.Por desgracia murió poco después.

Se queda un  momento en suspenso, el solitario,  y aprovecho para meter baza.

-¿Y Sabina? ¿O reconoce que éste sí se lo ha inventado?

-En absoluto. Se había refugiado en el parador para componer un disco más romántico de lo que en él era habitual, que fue “Hotel, dulce hotel”. No quería que se le molestara, así que sólo me lo presentaron y compartimos una cerveza. No era muy hablador. Los humoristas suelen gastar casi toda su alegría en el escenario, y los cantantes casi todas sus palabras. Me preguntó por la delincuencia en la isla, yo por sus temas de inspiración, no mucho más fue la conversa, y me invitó, eso sí, a un pequeño concierto que iba a dar en el propio hotel antes de marcharse. Pero se armó demasiado revuelo en la isla, y el director del parador lo canceló, porque no podía hacerse responsable. Le pude ver también, ahora de lejos, días después, en un pub de la capital de la isla, La Lonja se llamaba, con unas muchachas que eran camareras del parador, yo las conocía.

-Genio y figura, don Joaquín. ¿Se acercó usted?

-No, qué va, estaban a lo suyo, y yo iba con mis propios amigos.

-Seguro que pusieron algún tema  de Sabina en el pub.

-No, el encargado me dijo que precisamente Sabina había dicho que no quería escuchar nada suyo. Supongo que no le haría gracia oírse en los altavoces. Sí recuerdo que pincharon algo de Serrat, y mucha música extranjera.

-¿Hubo “tema” con las camareras?

El solitario resopla.

-Una se llamaba Angélica. Tal vez lo habrá imaginado. Me sirvió muchas veces en el parador. Era la guapa oficial.

-Vaya, vaya…

-Bueno -carraspea- no me sea granuja; estábamos con Sabina. Ya sabe, vivía en el Madrid de todos los vicios, y él mismo dijo que hasta los cincuenta años le duró aquello de “sexo, drogas, rock and roll”, que yo pondría en términos superlativos. El entonces tenía mucho menos de esa edad. Ahí lo dejo. Aunque el director me negó que aquellos encuentros llegaran más allá de una copa. Pero, ¿qué sabe un director de hotel de lo que se cuece en sus habitaciones? ¿Qué sabe del sudor de las sábanas calientes?

-Habla usted con mucho entusiasmo para referirse a experiencias ajenas…

El Solitario suspira, hace oídos sordos, y tararea: “Entre la cirrosis y la sobredosis andas siempre muñeca/ con tu sucia camisa, y en lugar de sonrisa una especie de mueca…”.

Bebe un sorbo de té, y se retrepa en el sofá.

-Ay, aún recuerdo aquellos días ochenteros. La vida, joven, realmente es un como un álbum de cromos, que vamos coleccionando poco a poco. No hay muchos. Nuestra existencia, la de cada uno, se puede resumir en treinta o cuarenta escenas, sensaciones, flashes… No muchos más.

Se espesa el silencio, y la mente del solitario se va lejos. Prefiero dejar que sea él quien retome el hilo. Al cabo de un minuto, vuelto ya el buen humor al semblante, me pregunta de nuevo por el poeta de Bollullos.

-La poesía es maravillosa, la quintaesencia del alma- exclama.

Se pone en pié y se lanza a declamar de improviso versos de Antonio Machado y de Cernuda. Se acompaña con la mano en el aire, como blandiendo una espada invisible.

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

Como una nube en la luz…”.

De pronto nos sorprende escuchar unos aplausos detrás. ¡Bravo!. Son un grupo de mujeres que están celebrando algo y nos miran. El solitario se quita la boina y hace un leve gesto de reverencia y agradecimiento. Algunas parecen extranjeras. Una de las mujeres hace un guiño al solitario, y él se les acerca. Al poco estamos todos charlando y entrechocando copas de champán.

Cae la noche. Bajamos hacia la ciudad callados, mientras el coche se ciñe a las cerradas curvas del camino. Avanzada la ruta pregunto al solitario por esas pruebas de las que no ha querido hablar mucho. Pero cambia de tema. Dice solamente, cuando insisto, en que que llega una edad en que el infinito cabe en cada instante.

-Y si no cabe, se le hace sitio- dice dando un bastonazo en el asiento.

Cuando desciende con pasos lentos se niega a que le acompañe hasta su casa.

-Me basto solo -dice con dignidad; luego considera que ha estado brusco y me sonrié- Lo he pasado bien, joven. ¿Quiere un tarro del miel? ¿No? Pues es muy salutífera. ¿Vendrá usted entonces a mi fiesta?

-Por supuesto. Y hablando de eso, ¿qué llevo? ¿Bebidas, postre?

-Sólo su presencia y su persona.

-¿No son lo mismo?

-En absoluto. A menudo estamos presentes en un sitio, pero nosotros estamos volando en otra parte. Que eso no suceda. Si se aburre, coge puerta y se va, puede incluso marcharse a la francesa.

-No soy tan grosero.

-Pues yo lo he hecho muchas veces. Como se dice ahora en su generación, hago bombas de humo.

Y de algún modo lo hace esa noche, porque se marcha sin más. Pero no se por qué me parece que está reprimiendo una emoción, y le oigo, ya de espaldas,  ejecutar unos pasos de baile y canturrear. “Angélica, cuando te nombro…”.